Testimonio de sanación: "Yo me constelé"
Por: Soledad Castro B \ Fotos: Alejandra González
"Constelarse" es algo así como sanar heridas actuales a partir de la revisión de los vínculos familiares del pasado. El padre de este método estuvo ya en Chile, pero hace algunas semanas una de sus discípulas vino a sanar a los santiaguinos desde Argentina. Me habían dicho que esto estaba causando furor, así es que decidí matricularme. Ella viene de nuevo en enero.
Tuvimos un recreo después de una hora y media intensa de constelaciones. Sentía pena más que nada, y mucho dolor de cabeza. En la pausa algunas fumaban cigarros mientras otras recordaban el año 1998, cuando Bert Hellinger colonizó Santiago de Chile para poner en práctica su nueva herramienta terapéutica familiar.
Pero el recreo, como el vaso de agua, se terminó y la consteladora argentina Cristina Llaguno nos invitó a seguir trabajando. Había leído que recomendaban no "constelarse" la primera vez que se asistía a una de estas sesiones, así es que decidí aferrarme a ese buen consejo desde un principio, como si fuese un escudo. Pero me senté alrededor del círculo que formamos (de 30 personas, la mayoría mujeres) y preferí experimentar sin ser protagonista. Alguna noción tenía del asunto y sabía que me tocaría prestar mi ayuda si alguien de los presentes me pedía "representar a alguien de su familia". Yo lo haría gustosa, con todo mi amor, pero sabiendo que no me constelaría. Simplemente porque no me atrevía.
Cuando volvimos del descanso a sentarnos en esas sillas que cerraban el círculo, Cristina no preguntó quién quería ser el próximo, ni nada de eso. Nos hizo cerrar los ojos e imaginar a nuestros padres: detrás de mi madre, a sus padres, y detrás de mi padre, a los suyos; detrás de ellos, mis bisabuelos. Y así hasta llegar a Adán y Eva. Teníamos que visualizarlos, aunque no pudiéramos ver sus caras, para poder sentirlos: su fuerza, su amor y la poderosa luz que nos atravesaba a todos desde el origen como una gran lanza. -¿Quieres revisar algo?- me preguntó. Y entonces comenzó todo.
De qué estamos hablando...
La argentina Cristina Llaguno estuvo en noviembre en Chile y
viene de nuevo en enero. Ella es abogada, pero se especializó en constelaciones familiares en el Grof Transpersonal Training (EE.UU.).Y lleva siete años en esto.
Partamos diciendo que, por mucho que se lea al respecto, nunca nadie sabrá exactamente de qué va una constelación hasta que se la vive. Partamos por decir que cada constelación es única siempre y que sus secretos son revelados sólo en parte. No porque no quieran ser compartidos, si no porque no existen palabras para describirlos. Es preverbal, atemporal y fenomenológica.
Desarrollada por el sicoterapeuta alemán Bert Hellinger, fue creada en los 80 para que el sistema familiar -y después cualquier red de relaciones, tanto organizacionales, políticas, estructurales y jurídicas, entre otras- recuperara su equilibrio y fuera fuente de plenitud. Recibió el extraño nombre de "constelación" por casualidades de la traducción, pero la verdad es que quienes participan en ella se alinean como verdaderas estrellas y quedan conectados por un lazo poderoso. Es cierto, no tiene mucha explicación racional, pero es poderoso.
Lo que plantea Hellinger (81) es que todos somos parte de una gran familia humana, y cuando se infringen las "órdenes del amor", las leyes dentro del sistema, se produce un desequilibrio. Quizás a raíz de la exclusión de un miembro, del duro juicio que emite un hijo hacia uno de sus padres o cuando alguien quiso ocupar el lugar de otro para evitarle un dolor.
Entonces se desarrollan implicaciones sistémicas inconscientes, repercusiones en toda la familia que pueden causar trastornos síquicos, enfermedades, conductas conflictivas o la incapacidad de avanzar. Y tiene un agravante: se traspasa de generación en generación. Como nuestra vida se relaciona directamente con las de nuestros antepasados -esa extensa cadena de encuentros que se conecta hasta llegar a nosotros y nuestros hijos-, heredamos conflictos no solucionados, violencia (guerras, asesinatos, suicidios), pérdidas de seres queridos, abortos, accidentes fatales, exclusión de personas de la familia, secretos (amantes, hijos no reconocidos) y ausencias paternas o maternas (padres que hacen de madre, madres de padre, hijos de padres).
El método puede revelar esos enredos inconscientes. Si logramos restituir a cada uno su lugar -mediante el reconocimiento, el agradecimiento-, todos encuentran la fuerza propia, permitiendo que el amor fluya naturalmente.
El modus operandi...
Dos terapeutas chilenas, Catalina Santos y María Inés Troncoso, trajeron a la consteladora argentina a nuestro país. El taller llenó todos los cupos.
La clave: en una constelación ocurre algo muy profundo, inexplicable, algo que cuando se siente, llega hasta los huesos. Es único pero universal. Eterno, permanente y puro. Esa sensación es traída a la superficie en una forma muy simple: se huele, se respira y hasta creo que se puede tocar. Con esta especie de belleza, amor y bondad que se hace visible, se pueden encontrar soluciones sanadoras en el alma. Simplemente, porque la realidad es ahora. Palpable. Por eso, no se trata de una presunción de quien se ha constelado cuando nos advierte que "hay que vivirlo para entenderlo". Quien quiere constelarse elige representantes para los miembros relevantes de su familia y para sí mismo. Trabajando desde sentimientos interiores, la consteladora los ubica dentro de un espacio determinado en relación con los otros representantes. Ellos no conocen los antepasados de quien se somete a este "ejercicio" ni conocen sus preocupaciones, pero pronto comienzan a sentirse tal y como la persona a quien representan. A veces sufren sensaciones corporales como dolores, frío, calor o pena. Yo, de hecho, en una representación sentí muchos celos de mi pareja. A otros los vi llorar intensamente.
Así transcurre esta especie de terapia, hasta que en algún momento la persona que ha armado la escena, la que busca constelarse, se sale del cuadro para ver y entender su propia historia. Sólo a partir de esa imagen el constelador puede considerar los sentimientos de los representantes ("tengo pena, miedo", "me quiero ir", "no me gusta él") y hacer un diagnóstico para, finalmente, ejecutar los cambios necesarios en el espacio.
Lo que buscaba Cristina Llaguno, durante el rato en que pude observarla, era que surgiera la dinámica oculta y, para eso, muchas veces fue cambiando de lugar a la abuela, la mamá, el papá, el marido o los hijos de cada constelada.Para hacerlo, ella usa una técnica: se expone a la información que surge de la percepción del campo de conocimiento. En el fondo, deja de analizar con su mente y percibe con su cuerpo y sus emociones -sin prejuicios ni intención alguna- todo lo que va sucediendo entre sus "pacientes" formados en grupos. Y lo que resulta de ese ejercicio, Llaguno lo mira tal como es, para así poder ver los pasos a seguir en la búsqueda de una solución. Si es necesario, agrega nuevas personas y ve qué efecto provocan; también puede dejar que los representantes sigan los movimientos que sientan (se mueven mucho hasta encontrar un lugar donde estén cómodos), y sólo acompañarlos hasta llegar a un final. En cualquier caso, son movimientos del espíritu. Por muy poderoso que pueda sonar, el éxito de una constelación depende de si quien se somete a esta terapia está preparado y es capaz de comprometerse y completar el movimiento hacia una buena solución. Pero es un hecho que todo el proceso demanda crecimiento personal, valor y ganas para enfrentarlo, porque es inherentemente espiritual, pues en el fondo uno se confía a algo más grande.
En el trabajo se dicen frases muy reparadoras, que van uniendo lazos. Son palabras de reconocimiento, peticiones, incluso literales devoluciones de "paquetes" que a uno no le corresponden. Pero, eso sí, siempre con una mirada positiva, ya que nunca se busca cortar, borrar, expulsar ni castigar. Al contrario, el objetivo es integrar, mirar, tomar, agradecer. Sólo así se producen efectos, que por lo demás son invisibles, porque la familia no sabe lo que ocurrió. Sólo se producen cambios fuertes. Como el que sentí luego de aceptar la invitación de Cristina a "revisar algo". Puedo escribir ahora, por ejemplo, mamá, te amo, gracias por todo. Don que hace dos meses ni mi preciosa mamita ni yo nos soñábamos.
Mi constelación...
Y entonces todo comienza. Cristina me invita al centro, mientras trato de deshacerme de la incomodidad de la exposición, el miedo, la curiosidad.
Sin ni siquiera preguntarme qué me gustaría trabajar ni quién soy, ella elige a una mujer preciosa y me la pone al frente. Yo sé que representa a mi mamá, aunque nadie me lo va a decir. Nos miramos a los ojos mucho rato y, sin hablarnos, entiendo que es como un ladrón que se robó algo importante de mi vida, pero me dice como un niño nervioso que no fue su culpa.Cristina me pregunta qué siento.Yo le digo que mucha pena. Lloro hace rato.
Luego le pregunta a mi mamá cómo está. Ella dice que mal. La veo tiritar. Mi mamá, en momentos difíciles, es tiritona.Todo sigue igual. Sólo mirándonos a los ojos, brillosos los cuatro; distanciadas. Intento vencer prejuicios y abro mis manos, las palmas. Y me sorprendo al verla retroceder dos pasos atrás, más lejos de mí.
Mi mamá no está disponible. Me da pena, creo que no la entiendo, pero al segundo siguiente intuyo que sí. Esta reacción es la que nunca me ha dejado de sorprender, pero es la que siempre me ha mostrado; siempre retrocediendo, aun después de que yo le pida lo contrario. Por qué no puede avanzar, me pregunto.
Instantáneamente me alivio y físicamente me siento ligera. De verdad, me siento flotando, flo-tan-do a milímetros del suelo (por favor, léalo literal). Ella sigue mirándome con pena y miedo, pero yo estoy libre de responsabilidad.
No nos acercamos.
Entonces Cristina me pide que le diga: "Mamá, por favor tómame como tu hija". A mí me cuesta, me duele la garganta atragantada, pero se lo digo.
Luego le pide decir a mi mamá: "Lo siento. Ahora veo tu dolor. No supe, no pude, fue mucho para mí".
Pero no nos conectamos. Cristina escoge otra mujer, que ubica detrás de mi mamá, a quien gira para que vea a esta nueva mujer. Es mi abuela materna. Intenta que se comuniquen, pero no pasa nada.
Cristina le pregunta a mi abuela qué pasa, y ella responde con vergüenza que siente a su hija muy soberbia, que no puede. Cristina vuelve a escoger otra mujer, porque capta que es necesario hacer una hilera de mujeres para buscar la conexión perdida entre dos de ellas. Algo que se repite en mi presente. Y trae a otra, también bella, que ubica detrás de mi abuela. Y cuando mi bisabuela y abuela no pueden verse, trae a mi tatarabuela, quien también necesitará que le traigan a la chozna. Y sí, entonces sí, chozna y tatarabuela se reconocen, se toman, se aceptan. Y como el dominó, el impulso rebota en la siguiente mujer de la cadena, quien vuelve a conectarse con su hija, y ésta con la suya, y así sucesivamente hasta llegar a mi madre, ahí parada, frente de mí. Me mira tranquila.
Cristina me motiva a hacerle una reverencia, inclino mi cabeza y la honro: "Te tomo como eres y tomo lo que me has dado. Por favor, tómame como a tu hija y mírame con buenos ojos". Ella contesta (siempre guiada por Cristina), muy lentamente: "Lo siento. No estuve para ti. Y no me di cuenta de que sufrías y me necesitabas. No supe. No pude. No estuve. Y ahora te veo y te reconozco como mi hija. Yo te quiero y te doy un lugar en mi corazón. Tomo tu vida y hago algo bueno con ella".Después le digo: "Gracias por la vida, querida mamá".
Surgen el abrazo y el dolor sublimado. El llanto, porque tiene que salir. Cristina nos pide abrir los ojos para vivir ahora, grabar esta imagen actual para siempre. Y luego me invita a apoyar la espalda contra mi mamá, sujetarme en ella y presentar al público mi matriarcado; tengo una preciosa fila de mujeres que me siguen. Me giro y descubro mucha gente emocionada y maravillada como yo (no suelto la mano de mi mamá). "Esta es mi familia preciosa, mis mujeres". El corazón se me sale por la boca.
Cerramos el trabajo formando un círculo con todas nosotras, y Cristina. Es para honrar a mi sistema. Miro a cada una a los ojos y les doy las gracias.
Entiendo que la fortaleza que heredo ahora -aunque siempre estuvo- viene de antepasados que no tuvieron impacto directo en mi vida. Y Hellinger resuena en mi cabeza: "El que ha comprendido que lo presente está en resonancia con el pasado, tanto en lo bueno como en lo malo, late en sintonía con el mundo".
Mi corazón sigue acelerado.
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